martes, 22 de octubre de 2013

Listados de placeres


Tenia un libro de cubierta verde que en realidad era un cuaderno. En él escribía aquellas cosas que le satisfacían: una canción, una experiencia, etcétera. Cada cierto tiempo, revisaba el listado actualizando sensaciones y gustos, profundizando en sus satisfacciones (esto es, de salir con amigos a especificar tomar café con Nuria) y a la inversa (generalizando de escalar y pasear senderos a los deportes en naturaleza). Así sabía perfectamente qué generaba su alegría y dónde podía buscar nueva. 


Tenía otro libro más oscuro, en realidad un cuaderno, donde escribir lo que le displacía. Estaba menos desarrollado que el otro (había aprendido a trabajar en qué acercarse antes de en qué evitar), y sólo contenía sentencias de aquello que era engañoso. Es decir, lo que aparentemente es placer pero es tormento. Con todo, el objetivo de ese libro, en realidad cuaderno, era analizar los puntos en los cuales el placer se travestía para así encontrar soluciones y otros modos.

Así transitaba por la vida, buscando siempre lo que le hiciera feliz, no lo que le apeteciese, que sólo a veces era lo que le hacía feliz.

Cuando hubo desarrollado un conocimiento profundo de sus gustos, sabía de cómo respondían sus apetitos ante el mundo, de cómo de efímeras eran algunas emociones hondas y cómo de perennes algunos sentimientos llanos, decidió emanciparse.

Decidió un ritual, que es como las personas engrandecen las cosas, le dan sentido distinto y las disfrutan. Escogió un rito mágico, como un juego, acerca de lo más importante. Aún sabiéndola falsa, la magia reverbera junto a las emociones, añade poesía al vivir cotidiano y aplaca algunos miedos.

Se hizo con un par de velas, una verde hoja, la otra cenicienta, e incandescentes y erguidas, usó sus llamas para quemar una página tras otra. Del libro de los gustos con la candela verde, del libro de disgustos con la gris.

Mientras ardía cada hoja recitaba un texto que había escrito para la ocasión, como una especie de canción, poema y lista de los deseos.

...permíteme el amor, después la gloria.
Y tener fuerza para alcanzar lo que es bueno...

¿A quién hablaba? ¿A quién pedía? 

A nadie, se sabía sola (de esa soledad de la que somos todos partícipes), no le hacían falta los dioses. Le hablaba a la magia, a sí misma, se lo decía reconociendo su objetivo.

Así, cuando las hojas ardieron y eran ceniza o eran humo, inspiró profundamente, llenándose los pulmones de ese aire. Entonces ella también se convirtió en humo, en el humo de todos sus deseos. Y en el humo de todo lo que había decidido evitar. Dando volteretas en el aire, dividiéndose en hilos rizos caracolas, multiplicándose, escapó por las rendijas de la puerta a vivir como aire en el mundo exterior.


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